lunes, 30 de mayo de 2011

Natalie o La otra mujer

Por Diana Paulozky    
 Cómo no evocar con Natalie, el refinado film de Ann Fontaine, la temática de "La otra mujer" de Woody Allen? 
 Ambas tramas  se disparan por una escucha tan contingente como indiscreta. Si en aquel viejo film, una mujer empieza a verse y cuestionarse al escuchar las sesiones de otra con su psicoanalista; en "Natalie", la voz de una mujer en el contestador del marido, confirma el fantasma y lanza la intriga.
  Es una garantía de agudeza, que el autor de la idea sea Philippe Blasband, el guionista de "Una relación particular", en la que también, una mujer se atreve a realizar su fantasma.  Blasband sabe, y lo trabaja con profunda sutileza, que  la pregunta que una mujer se hace sobre ella misma, encontrará la respuesta particular, en relación a otra mujer que le servirá de referente.
    La trama es sencilla: una mujer madura, la exquisita Fanny Ardant,  al descubrir que su marido la engaña, decide desnudar la evidencia de la infidelidad, contratando una bella prostituta, Emmanuelle Béart, que al seducirlo lo hará caer en la trampa. 
    El film de Ann Fontaine, es sobre la pregunta que perturba a toda mujer: qué hace, cómo hace otra mujer con la sexualidad y más particularmente qué  hace con el que creía su hombre?
    La esposa no sólo se pregunta, busca las respuestas. La prostituta debe contarle con lujo de detalles lo que el personaje que representa, Natalie, hace con el marido de aquella. 
    La originalidad de Blasband es que lo que pone en tensión a estas dos mujeres no es el marido, un moderado Gérard Depardieu, sino Natalie, el personaje creado, que la prostituta va a encarnar, y que  las enfrentará  con la otra que no pueden ( acaso podrían?) ser.
    Es ella, esa invención, la tercera que perturbará a ambas.
    El espejo en el que se miran se confundirá con el de Natalie, en una atmósfera de voyeurismo imaginativo.
 Es la fuerza del lenguaje lo que hace la escena. Es el carácter performativo de la palabra la que produce el erotismo que va creciendo con el relato.
    Hay algo en el rostro de la Ardant que las palabras no pueden alcanzar. Es la angustia y la perplejidad que le produce el dolor y el encuentro con su propio deseo.
    Natalie se ha metido en sus vidas y las provoca con un juego refinado que las envuelve.
 La esposa se lanza con un desconocido para contarle a la prostituta, mientras que ésta se convierte cada vez más  en Natalie, llevando el juego demasiado lejos.
Si a esto le sumamos la expresión de los rostros, la fuerza del color, los contrastes y la música de Michael Nyman, el producto es un sutil testimonio del fantasma femenino enmarcado en una estética con estilo.

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